Llevamos años hablando de transformación digital en las administraciones públicas. Planes, normativas, herramientas… y, más recientemente, una fuerte ola de entusiasmo por la inteligencia artificial. Todo esto, sin duda, forma parte del cambio. Pero si algo he aprendido en estos últimos meses de formación y reflexión es que la verdadera transformación no empieza con la tecnología, sino con las personas.
Sí, necesitamos TIC. Y sí, la inteligencia artificial puede ser una gran aliada. Pero si no abordamos antes los cambios culturales, organizativos y metodológicos que nuestras administraciones necesitan, lo que estamos haciendo no es transformación digital, sino digitalización de lo de siempre. Y eso no es suficiente.
Porque transformar una organización pública no es solo introducir una nueva herramienta. Es repensar procesos, cambiar la manera en la que colaboramos, en la que tomamos decisiones, en la que medimos el impacto de nuestro trabajo. Es activar la inteligencia natural que reside en nuestros equipos: su conocimiento, su experiencia, su capacidad de adaptación.
Las administraciones públicas son sistemas socio-técnicos complejos y adaptativos. Y eso significa que el cambio no se puede imponer como una receta técnica. Hay que cocrearlo, liderarlo, sostenerlo con visión y con una estrategia de largo recorrido. Metodologías ágiles, gestión del cambio, diseño de servicios públicos centrados en las personas… estos son los caminos que de verdad transforman.
Por eso hoy más que nunca creo que debemos reivindicar la inteligencia humana como el núcleo de la transformación digital. No para ir en contra de la tecnología, sino para usarla con sentido. Porque cuando la tecnología se pone al servicio de las personas —y no al revés—, es cuando realmente conseguimos mejorar los servicios públicos.
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